No he salido a comprarle rosas.
No las hubiera querido. Lo conozco bien, no le caen bien esos obsequios.
Ni
siquiera a mi madre le regaló un ramo para su aniversario o cumpleaños. Era un hombre testarudo.
Aún recuerdo la última vez que lo vi. Aún
recuerdo lo último que me dijo. Aún recuerdo la última pelea fuerte que
tuvimos. Era una adolescente cuando me obligó a dejar de ver a mi mejor amigo,
Francisco. Yo no podía creerlo. Estaba separándome de la única persona que
sabía entenderme, además de mamá.
Esa noche no pude dormir. Recuerdo ver a mi
mamá sentada en el sofá llorando, y recuerdo que habíamos hablado. Ninguna
tenía deseos de ver a papá y pensábamos que no iba a volver después de ese día.
Resultó ser así, solo que volvió una semana después.
Papá no dijo nada. Ni le dio a mamá una
explicación de su ausencia. Solo entró a la hora de la cena y se encerró en su
habitación. Quizás nos extrañaba o quizás no tenía a donde ir. La segunda
opción me resultó correcta.
Luego de un mes seguí hablando con
Francisco porque papá nunca más volvió a reprocharme sobre él. Hasta un día me
vio hablándole a la salida del colegio pero no hizo nada, siguió caminando
indiferente. Había cambiado de parecer.
Fran me preguntó si quería que me pasara a
buscar pero preferí ir sola. Por suerte no fui un peligro para los otros
automovilistas ya que conduje lento. Muy lento. Porque no quería llegar a donde
tenía que llegar.
Aparco el coche en un estacionamiento que
queda a cuatro cuadras de mi destino y me dirijo a ver a familiares que no
tenía ganas de ver y recibir las condolencias que no tenía ganas de recibir.
Todo lo que veo ahora me da escalofríos, por
lo que, a medida que estoy llegando, deseo salir corriendo.
De pronto veo a mi madre. Ella me abraza
cuando me acerco y yo la rodeo con mis brazos abrazándola aún más fuerte. Me guía
con la mirada hacia donde está mi padre y respiro profundo antes de adentrarme
a la habitación en la que se encontraba.
Parece dormido. Ojalá lo estuviera.
Lo acaricio desde su frente hasta su
mejilla, y coloco mis manos en las suyas. Me he quedado sola junto a él, y
agradezco que así sea porque era justo lo que quería.
- Ojalá estuvieras sosteniendo mis
manos también, aunque nunca lo haz echo papá. Eres testarudo eh. Nunca pude
entenderte pero siempre te quise. Aún cuando fuiste tan terco. Aún cuando te
fuiste de casa. Sigo siendo tu niña Mario. Eso no va a cambiar ahora, y jamás
lo hará. Oh papá, debí sospechar cuando me diste ese abrazo. Debí notar que
sabías que vendrían a buscarte. Llevo conmigo ese abrazo ¿sabes? ¿Por qué no me
diste otros así? Te haces desear bastante eh. Oye, mas te vale que nos cuides
desde arriba, sobre todo a mamá, ella te va a necesitar. Pero no te le
aparezcas o le dará un infarto y no estoy preparada para perderlos a los dos-digo y vuelvo a acariciar su cabello-. Así como estás pareces un angelito, pero
quédate tranquilo que no lo eres.-Solté una risa silenciosa-.Te amo papá. Te
amo muchísimo mi angelito. Tu solo espérame donde estés.
Mamá está frente a
mí. La miro. Tal como un día quisimos que se fuera, está vez deseamos lo
contrario. Este hombre nos ha hecho llorar infinidades de veces y, aún así, lo
amamos. Ahora debemos llevarlo a ese lugar donde su cuerpo descansará para
siempre. Sí, podrá descansar tantas horas como las que siempre deseó.
Es hora padre.
Descansa en paz mi rey. Te echare de menos Mario.