La besé. En realidad ella me besó. Sabía que quería besarme y dejé que lo hiciera. Estábamos paradas bajo el techo de una casa vieja esperando a que la lluvia parara y mientras veíamos las gotas caer con fuerza me confesó que nunca había besado a una chica bajo la lluvia. Caminó de espaldas a mi dejando que las gotas cayeran por su cara, extendió los brazos y volteó a verme. Me miró directo a los ojos y me dedicó la sonrisa más cálida y sincera que me hubiera dado jamás cuando admití que yo tampoco lo había echo. Di dos pasos hacia ella y temblé con la primer gota que tocó mi cuerpo y, antes de que dijera una palabra, me tomó de la mano y me llevó contra ella. Rodeó mi cintura con sus manos y fue ese el momento en que sentí que vendría el beso. Con una mano en su nuca, le acaricié su pelo corto y colorado con la otra cuando sus labios rosaron los míos. Juro por dios que no sentí la lluvia. Estaba pendiente del beso, sintiéndola a ella. El frío desapareció y el calor tomó las riendas. Cuando se detuvo volví a besarla. Deseaba sus labios. Ellos son como la puerta a un mundo nuevo. Uno en el que puedo ser yo misma, uno en el que puedo besarla.
Las veces que imaginé como sería besar a alguien bajo la lluvia fueron muy distintas a esta. Ahora se lo especial que es, porque me di cuenta de que si estás besando a alguien que querés de verdad el mundo desaparece, y la lluvia desapareció. Las miradas dieron vuelta a otro lado y el ruido de las calles se esfumó. No pensé en lo que veían los demás, no pensé en nada. Solo se que tomé el valor suficiente como para seguir mis sentimientos y crucé la cuerda floja que me impedía pasar hacia el otro lado.
Antes creía que estaba esperando al chico ideal... pero la estuve esperando a ella.