El mundo giró a nuestro alrededor sin historias que vivir.
Mil recuerdos se apagan.
Aún quedan las cenizas antes de arder en llamas.
¿Quienes somos?
¿A qué le tememos?
Hay un final para esta historia que nunca fue escrito.

Skylar Grey - Wear Me Out

jueves, 19 de marzo de 2015

Los de los ojos grises.

Da un vistazo al espejo una última vez: no importa cuanto intente aplanar aquel remolino incómodo que se eleva por arriba de su oreja, al final este consigue salirse con la suya en cuanto ella se olvida de que está ahí. No obstante, no piensa darse por vencida y le da revancha. Busca una hebilla dentro de su cartera, atraviesa ese mechonsito que cree sabérselas todas, y listo, ahora se ve un poco más decente.
El ascensor se detiene en el cuarto piso donde sube un joven al que ella catalogó como "tímido", ya que de las pocas veces que se topó con él ni una sola se dignó a levantar la vista y hablarle viéndola directo a los ojos. Una lástima, piensa, tiene unos ojos verdes muy lindos. Aunque tristes, reafirma luego. Sí... Ella conoce esa mirada... Esos ojos que de vida no tienen nada, unos ojos muertos, se podría decir, ojos que reflejan dolor. Y su dolor... ¿a qué se deberá? Tiene la pregunta en la punta de la lengua pero teme meter las narices en donde no la llaman. Además, ¿qué le tiene que importar tanto la vida de su vecino? Pero así es ella: preocupona, una metiche, una chica se la pasa buscando gente que se le parezca, esa gente a la que nadie comprende pero que ella sí porque es igual a ellos y, por ende, entiende su dolor. Sin embargo, a nadie parece importarle su opinión mientras que ella se muere por conocerlos, saber la causa, conocer a esas almas en pena. Ella quiere saber, sobre todo, como unos ojos hermosos como aquellos son capaces de expresar ese aburrido y deprimente color gris.
Se mira de reojo al espejo, sin que el joven se de cuenta, y descubre que el remolino volvió a aparecer. Resopla furiosa. ¿Por qué no puede quedarse en su lugar? Se quita la hebilla que se cae al llegar el ascensor a la planta baja. El joven, que hasta ese momento no hizo más que mantener la mirada gacha al piso, se agacha en el lugar y levanta la hebilla de su vecina. Y, para la sorpresa de la muchacha, esboza una agradable sonrisa en lo que va un año y meces de conocerse.
Es una hermosa sonrisa, se dice ella para sus adentros. ¡Jamás le vio los ojos tan claros y chispeantes! Procura sonreír y agarra la hebilla.
- Gracias - dice.
- De nada. - El joven mira directo a aquel pelo rebelde con el cual tanto estuvo combatiendo su vecina, se aclara la garganta y se empuja a decir la frase más larga que la chica le haya escuchado hablar. - A veces las pequeñas guerras están en la cabeza de cada uno.
Y con aquella frase irónica pero bastante acertada a la vez, corre la puerta del ascensor y abre la segunda. La chica pasa por su lado con la mirada perdida, incrédula. ¡Cuanta verdad la de ese hombre! No se marcha y lo espera en la puerta de entrada, hay algo que quiere decirle y que no piensa guardárselo más.
- Los ojos... Dicen que los ojos suelen ser la ventana del alma, y, si es así, ¿por qué parece como si no la tuvieras? Quiero decir, ¿son tus guerras tan fuertes como para expresar tanto dolor en una sola mirada? Perdón, quizás me esté metiendo donde no debo, pero es que me agarra esta obsesión de interrogar a las personas que son iguales a mí, las de los ojos grises. No puedo controlarlo, es un mal hábito que ya es parte de mí. Solamente quería saber...


Pero hasta ahí llegó. Teme seguir hablando. Su vecino ya no sonríe. Está serio, parece no haberle gustado su atrevimiento. Se la queda viendo, pensativo. Hace cuatro años que vive en ese edificio y es la primera  vez que le surge el interés de hablar con alguien. La chica está esperando una respuesta, una opinión, que diga algo o no diga una palabra en absoluto, con una mirada quizás comprenda lo que con palabras sería difícil expresarle. Y ella usó las palabras correctas... ¿Quién se cree para hablarle así, ser tan caradura como para decirle que tiene problemas? Él ya bien sabe que los tiene. Desde chico, siempre lo supo. Esos ojos grises que dice ella, siempre los odió. La gente suele decirle que tiene unos ojos lindos, pero él bien sabe que son tristes. La muchacha que tiene enfrente lo sabe. "Personas que son iguales a mí, las de los ojos grises" dijo. No se dio cuenta, hasta entonces, que ella también los tiene. Sin embargo, a diferencia de él, puede ver que tiene un alma, puede ver su luz interior, solo que ella no lo sabe. A diferencia de él, ella quiere devolverle el color al gris de sus ojos. Está equivocada. No son iguales.
- Sí - arrancó a decir. - Te estás metiendo donde no debés. Ni siquiera deberías hablar con extraños. Pero no te parezco un extraño, ¿o sí? Creés que soy igual a vos, pero te equivocás. El gris de tus ojos es producto de una tristeza, normal, ya se te va a pasar. Los míos, en cambio, siempre fueron así. No podés verme el alma porque no hay, en su lugar tengo un agujero negro dentro que fue creciendo con el paso de los años. Desde entonces no sé lo que es la luz del día, porque todo lo que veo es negro. Desde entonces las personas me resultan aburridas y las reuniones absurdas. No puedo hablar con ellas, no puedo comentar sobre cosas cotidianas como "que calor que hace hoy" o "hoy está perfecto para salir a caminar", todo lo que veo es otro día absurdo del cual no quiero ser parte. No le pregunto a las personas por qué se ven tan tristes y perdidas porque no me interesa en absoluto, bastante tengo con obligarme día tras día a salir de la cama. Estoy seguro de que a vos no te costó nada, tu única preocupación es arreglarte el cabello. Esa es tu guerra, la mía es una mucho más grande. No somos iguales. Vos seguro le temés a la muerte; yo, en cambio, le temo a la vida.
- Tenés razón, no somos iguales - coincide la joven después de escucharlo con atención - y gracias a Dios que no; sino nunca me habrías podido decir todas esas cosas, nunca las habría escuchado. Si fuera igual a vos, te entendería perfectamente. Sabría que no sos tímido, sino que simplemente no te interesa entablar una conversación. Si fuera igual a vos, no podría apreciar tu sonrisa ni tus palabras. Si yo fuera igual a vos, no habrías querido hablarme. Pero somos muy distintos, y me hablaste. Tuviste ganas de ser, de formar parte. Claro que no te interesan cosas absurdas como hablar del clima, a mí tampoco. ¿Para qué si tengo la oportunidad de tener una conversación profunda como esta? La realidad es que no somos muy distintos, sabés. Después de todo, ambos quisimos desaparecer.